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domingo, 4 de março de 2018

A Caravana da Miséria <<>>> LUCHANDO CONTRA LA MAREA’ <<>> A Tragédia Venezuelana <<>> Comunismo O Braço Forte da Miséria <<>> 629.000 inmigrantes venezolanos en Sudamérica en 2017, un aumento frente a los 84.000 del 2015, según estimaciones de la Organización







RENATO SANTOS 04/03/2018 Pela  primeira  vez  no  Brasil, graças ao trabalho  da agência REUTERS , e seus  jornalistas,  


A GAZETA  CENTRAL  PUBLICA  NESSE  DOMINGO  UM DOCUMENTÁRIO  ESPECIAL , SOBRE  "  A CARAVANA DA MISÉRIA"  UMA PRODUÇÃO DA AGÊNCIA.  

QUE  MOSTRA  A REALIDADE  DOS VENEZUELANOS  QUE  CONSEGUIRAM  FUGIR DE  UMA DITADURA  EM PLENO  SEC XXI, E  DO HOLOCAUSTO  QUE  O POPULISMO CHAVISTA  COM APOIO  DO  INÁCIO LULA DA SILVA A VERGONHA BRASILEIRA E  DILMA EX PRESIDENTES  DERAM E ESTÃO DANDO  AO NICOLAS MADURO. 

ESPERAMOS  QUE NENHUM DESSES  SE REELEJAM  A NENHUM CARGO  AQUI NO BRASIL, E  QUE  BRASILEIROS  TOMAM  VERGONHA  NA CARA E APRENDAM QUE  O POPULISMO  LEVA A UM REGIME DE ESCRAVIDÃO, A  LIBERDADE  DOS VENEZUELANOS  DEPENDEM DE NÓS  TAMBÉM . ( RENATO SANTOS)

MADURO  CONTINUA  MENTINDO .

Maduro asegura que sus enemigos exageran la dimensión del éxodo.
La vecina Colombia ha recibido la mayor parte de los emigrantes venezolanos, aunque Argentina, Chile y Perú también han registrado una gran afluencia.  

En contraste con los refugiados que huyen de Siria, Myanmar y el norte de África, quienes se han encontrado con la violencia y la resistencia, los venezolanos se mueven fácilmente a través de las fronteras terrestres con visas de turistas.
Pero las tensiones están aumentando a medida que el creciente número de migrantes presiona los recursos de los países en desarrollo de la región, que tienen sus propios problemas con la pobreza y la delincuencia.  
Carmen Larrea tiene un asiento de primera fila en el éxodo. Es la dueña de Rutas de América, una pequeña firma de autobuses con sede en Caracas, fundada hace casi 50 años para transportar a peruanos y ecuatorianos a Venezuela en busca de trabajo.
A los 75 años, Larrea ha vivido lo suficiente para ver un giro completo de las cosas. Ahora sobrevive de los venezolanos que salen del país.
La terminal de Larrea tiene a docenas de personas haciendo cola diariamente para comprar boletos. Muchos deben regresar varias veces para pagar en cuotas los billetes. Los límites diarios de retiro en las tarjetas de débito ya no logran seguir el ritmo de los precios. Los lectores de tarjetas suelen fallar.  
La demanda de boletos para viajar al exterior se ha casi duplicado en los últimos seis meses, dijo Larrea. Alrededor de 800 venezolanos salen cada mes del país tan solo en los pocos autobuses de su compañía.


Pero los altos precios de las piezas de repuesto y la caída del bolívar han mermado sus ganancias, dijo Larrea. Y aunque los autobuses Rutas de América salen de Caracas repletos de gente, a menudo regresan vacíos, lo que no favorece su negocio. 

FORAM ENGANADOS :

Los venezolanos eligieron a Chávez en 1998 con el mandato de luchar contra la desigualdad. Un carismático ex teniente coronel, Chávez transformó el país durante sus 14 años en el poder, transfiriendo millonarios ingresos del petróleo a populares programas de subsidios sociales.
Pero también nacionalizó grandes áreas de la economía e instauró estrictos controles monetarios, una intromisión estatal que los economistas dicen es la raíz de la crisis actual.
Alguna vez un imán para los inmigrantes europeos y del Medio Oriente durante el auge petrolero de la década de 1970, Venezuela ahora exporta a su gente además de petróleo.
Asustados por Chávez, una primera ola de ingenieros, doctores y otros profesionales comenzaron a partir hacia Estados Unidos, Canadá y Europa a principios de la década de 2000. La mayoría recibió cálidas bienvenidas en sus hogares adoptivos, muchos de ellos con sus ahorros intactos.
Ahora, venezolanos devastados económicamente y con menos formación profesional están inundando Sudamérica en una frenética búsqueda de trabajo en restaurantes, tiendas, centros de llamadas y en el sector de la construcción.
Algunos viajan hasta donde alcanzan sus ahorros: un boleto de ida a la vecina Colombia desde Caracas cuesta el equivalente a unos 15 dólares, la tarifa para ir a Chile o Argentina puede llegar a los 350 dólares, una pequeña fortuna para muchos en Venezuela. Y la inflación encarece el viaje cada día que pasa.

NICOLAS MADURO ESCONDE A REALIDADE :

El Gobierno venezolano no publica estadísticas sobre la emigración. Pero el sociólogo Tomás Páez, un especialista en el tema de la Universidad Central de Venezuela, estima que unos 3 millones de personas han salido del país en las últimas dos décadas y que casi la mitad de ellos se ha ido en los últimos dos años, en una de las migraciones masivas más grandes que el continente haya visto.  

O  GRANDE  ÊXODO  


A  que  ponto  chegou  a nossa VENEZUELA a de fazer  uma  carava da miséria , um País  que era  prospero  em tudo praticamente  havia  pobreza, mas  tinham liberdade de escolha  , hoje  são miseráveis por  pressão de um ditador  louco  e inercio .


Pela  primeira  a vez  a agência  Rausts fez essa  viagem,  a qual a GAZETA CENTRAL (  BLOG),  passará  para  todos  entender  de  uma vez que  o COMUNISMO é de fato  um regime de escravidão, não importa  o nome que se dê: BOLIVARIANO, SOCIALISMO,PETISMO,DITADOR, etc...

Una reportera y un fotógrafo de Reuters viajaron con un grupo de migrantes que abandonaba Venezuela, una nación en franco deterioro donde el miedo y la necesidad ya son cosa de todos los días. En un viaje en autobús por cinco países sudamericanos, los venezolanos soñaban con una mejor vida, pero no podían olvidar la tierra quebrantada que dejaban atrás.

(In English)
Poco después del amanecer, decenas de venezolanos se reunieron en la oscura estación de autobuses de Caracas. Cada uno llevaba una maleta grande, mantas, papel higiénico, pan y botellas con agua.
Esposas llorando, niños confundidos y padres ancianos los abrazaban una y otra vez hasta que llegó el momento de revisar los boletos y pesar los equipajes, luego se quedaron horas esperando que el autobús partiera. Cuando se puso en marcha, los pasajeros miraron a sus seres queridos, golpeando las ventanas y lanzando besos, mientras salían de la deteriorada capital.  
A bordo del autobús, el desarrollador web Tony Alonzo dijo que había vendido su guitarra de la adolescencia para ayudar a pagar su boleto a Chile. Durante meses se fue a la cama con hambre para que su hermano de 5 años pudiera cenar algo.
Otra pasajera, Natacha Rodríguez, operadora de maquinaria, fue asaltada a punta de pistola tres veces el año pasado. También iba a Chile con la esperanza de darle una vida mejor a su hijo, amante del béisbol.
Roger Chirinos, sentado en el autobús, dejó atrás a su esposa y dos hijos pequeños para buscar trabajo en Ecuador. Su compañía de publicidad llegó a un final particularmente amargo: manifestantes derribaron sus vallas publicitarias para usarlas como barricadas durante las violentas protestas contra el presidente Nicolás Maduro.
El autobús de Alonzo, Rodríguez y Chirinos, entre otros, cuenta la historia de una nación que alguna vez fue rica pero ahora va en picada y empuja a cientos de personas a huir a diario de una tierra donde el miedo y la necesidad se volvieron algo cotidiano.
Cuando despuntan los primeros rayos de sol sobre Caracas, ya hay personas hambrientas hurgando la basura y niños mendigando frente a las panaderías. Al anochecer, muchos venezolanos se encierran en sus casas para evitar asaltos y secuestros. En un país con las mayores reservas probadas de crudo del mundo, familias cocinan con leña porque no pueden conseguir gas.
Los hospitales carecen de suministros tan básicos como desinfectantes. La comida es tan escasa y costosa que el venezolano promedio perdió unos 11,4 kilos en el 2017.
“Yo siento que es un mal irreversible en Venezuela”, dijo Chirinos.
 
Izquierda: Josmer Rivas, de siete años, y su familia esperan el autobús hacia Ecuador en la terminal Rutas de América en Caracas. Antes del viaje, el niño perdía algunas clases en la escuela porque su familia no podía costear los centavos de dólar que costaba el transporte. En la capital ecuatoriana, Quito, Josmer estaba tan contento de hallar jabón en el baño que insistió en repartirlo a todo el mundo. Derecha: David Vargas, de 12 años, llora después de despedirse de sus familiares en la estación de autobús de Caracas. Pero cuando se enteró que la familia estaba emigrando, David quedó encantado, sobre todo con la idea de que iba a poder comprar caramelos otra vez.
Muchos culpan del precipitoso declive del país al gobierno del presidente Maduro, quien ha consolidado su poder mientras se aferra a políticas estatistas que han estrangulado la economía. Su gobierno dice que enfrenta una conspiración, encabezada por Estados Unidos para sabotear a la izquierda en América Latina, al acaparar productos y avivar la inflación.
Más pobres cada día, cientos de miles de venezolanos han llegado a la conclusión de que dejar el país es su única opción.
Con la moneda muy devaluada y los viajes aéreos al alcance sólo de la elite, los autobuses se han convertido en caravanas de miseria, rodando día y noche hacia las fronteras de Venezuela y volviendo casi siempre vacíos para repetir el largo viaje.
Los 37 pasajeros que se marcharon ese día lo habían empeñado todo, desde motocicletas y televisores hasta alianzas de boda, para pagar por su viaje. La mayoría nunca había estado fuera de Venezuela antes.  
Durante nueve días, una reportera y un fotógrafo de Reuters acompañaron a los emigrantes en su camino a lo que esperaban fueran mejores días en Ecuador, Perú, Chile y Argentina.
Durante casi 8.000 kilómetros, el autobús recorrió algunos de los paisajes más espectaculares de América del Sur, incluida la escarpada cordillera de los Andes y el desierto más seco del mundo, en Chile.
Aunque los emigrantes estaban impresionados por la vista que pasaba por sus ventanas, sus mentes estaban en la tierra que dejaron atrás y en la incertidumbre que les esperaba en sus destinos.
DE CARACAS A CONCÓN
Caracas
Santiago
Quito
Lima
San Antonio
del Táchira
Ipiales
Concón
500 MILLAS
VENEZUELA
COLOMBIA
PERÚ
ECUADOR
CHILE
Un pesado silencio cayó sobre el autobús al dejar la terminal de Rutas de América. Taciturnos, los pasajeros mandaban mensajes de texto a sus familias o miraban por la ventana mientras el vehículo pasaba cerca de árboles de mango, fábricas cerradas y murales desmoronados del difunto líder Hugo Chávez.  
Natacha Rodríguez, la operadora de maquinaria, había estado corriendo con la adrenalina al máximo para empacar, vender su televisor y su lavadora, y soportó largas filas para poner en orden sus documentos. Ahora, en este día de noviembre, estaba al borde del agotamiento e intentaba acomodarse en su asiento.  
Esta madre soltera de 29 años, viajaba con su hijo de 12 años, David, su hermana Alejandra y un amigo de la familia, Adrián Naveda, a lo que ella cree será una vida tranquila. El grupo se dirigía a Concón, Chile, un balneario donde los expatriados venezolanos les aseguraron que había mucho trabajo.
Rodríguez dijo que tenía esperanzas de que la juventud de Venezuela pudiera provocar un cambio. Al igual que muchos de sus compatriotas, salió a las calles para protestar contra Maduro el año pasado, solo para quedar desconsolada cuando el mandatario consolidó su autoridad.
El miedo se sumó a la desesperanza de Rodríguez: su historia de tres robos a mano armada es familiar en un país plagado por las drogas y las pandillas. Con la inflación consumiendo rápidamente su salario, la ya menuda Rodríguez perdió casi seis kilos por dejar de consumir frutas y bebidas gaseosas para que su hijo David no pasara hambre. Sabía que tenía que actuar.
“Tú te acuestas y estás pensando en que vas a comer al otro día”, dijo Rodríguez. “Yo no me quería ir, pero la situación me obliga”.
Nunca había salido del país, y apenas estaba asimilando la enormidad de lo que intentaba hacer. En los días siguientes visitaría cuatro nuevos países, cruzaría la línea del Ecuador y vería el Océano Pacífico por primera vez. Pero no podía dejar de pensar en lo lejos que había viajado de su amado hogar.
Hubo unos
629.000
inmigrantes venezolanos en Sudamérica en 2017, un aumento frente a los 84.000 del 2015, según estimaciones de la Organización Internacional para la Migración
LUCHANDO CONTRA LA MAREA
Los venezolanos eligieron a Chávez en 1998 con el mandato de luchar contra la desigualdad. Un carismático ex teniente coronel, Chávez transformó el país durante sus 14 años en el poder, transfiriendo millonarios ingresos del petróleo a populares programas de subsidios sociales.
Pero también nacionalizó grandes áreas de la economía e instauró estrictos controles monetarios, una intromisión estatal que los economistas dicen es la raíz de la crisis actual.
Alguna vez un imán para los inmigrantes europeos y del Medio Oriente durante el auge petrolero de la década de 1970, Venezuela ahora exporta a su gente además de petróleo.
Asustados por Chávez, una primera ola de ingenieros, doctores y otros profesionales comenzaron a partir hacia Estados Unidos, Canadá y Europa a principios de la década de 2000. La mayoría recibió cálidas bienvenidas en sus hogares adoptivos, muchos de ellos con sus ahorros intactos.
Ahora, venezolanos devastados económicamente y con menos formación profesional están inundando Sudamérica en una frenética búsqueda de trabajo en restaurantes, tiendas, centros de llamadas y en el sector de la construcción.
Algunos viajan hasta donde alcanzan sus ahorros: un boleto de ida a la vecina Colombia desde Caracas cuesta el equivalente a unos 15 dólares, la tarifa para ir a Chile o Argentina puede llegar a los 350 dólares, una pequeña fortuna para muchos en Venezuela. Y la inflación encarece el viaje cada día que pasa.
El Gobierno venezolano no publica estadísticas sobre la emigración. Pero el sociólogo Tomás Páez, un especialista en el tema de la Universidad Central de Venezuela, estima que unos 3 millones de personas han salido del país en las últimas dos décadas y que casi la mitad de ellos se ha ido en los últimos dos años, en una de las migraciones masivas más grandes que el continente haya visto.
Moisés Rodríguez de 28 años, viajaba a Santiago, Chile. Moisés emigró en 2016 a República Dominicana, donde encontró trabajo como cantinero. Pero no le gustó el país y tampoco sintió que podía progresar si se quedaba allí. Esperaba adaptarse mejor en Chile, uno de los países más desarrollados de América Latina.
Oriana Terán de 20 años, viajaba a Buenos Aires, Argentina. Aunque Oriana estaba estudiando producción de danza y administración en Caracas, también era obligada a estudiar socialismo y la vida del fallecido líder Hugo Chávez. "Pensé: 'no voy a perder más tiempo'", dijo Oriana, quien planeaba volver a estudiar en Argentina y llenó la mitad de su maleta con mallas y zapatillas de baile.
Josmer Rivas de 7 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. Josmer pasó gran parte del viaje en autobús mirando por la ventana, asombrado por las montañas y las ciudades. Cuando bajó del autobús, corrió a los brazos de su padre, quien se había mudado a Guayaquil cuatro meses antes.
Carlos Rincón de 20 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. Carlos pasó 11 meses esperando por la renovación de su pasaporte, un problema cada vez más común en Venezuela. Unas semanas antes de su fecha de partida, pagó por un servicio expedito y obtuvo su documento justo a tiempo.
Carlos Ramos de 30 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. "Una camiseta vale mucho más del sueldo que yo cobraba", dijo Carlos, que esperaba ayudar a su madre enferma desde el extranjero.
Frencell Muñiz de 39 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. "Nos vamos mientras se puede", dijo Frencell, cuyos padres son ecuatorianos. Él solía ​​volar a Ecuador dos veces al año durante las vacaciones, pero ya no podía pagarlo.
Alejandro Muñiz de 3 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. Cuando Alejandro sufrió una infección en el oído en octubre, su madre, Juana, tuvo problemas para encontrar un médico o un hospital equipado para examinarlo. Fue entonces cuando ella decidió irse. "Si hubiese sido algo más complicado, no me puedo imaginar", dijo Juana
Juana Lara de 41 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. Juana no pudo viajar al sur del estado de Bolívar para despedirse de su padre antes de emigrar. "La comida subía, los servicios también. No logramos ir", dijo con lágrimas en los ojos.
Ramsés Muñiz de 6 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. El hiperquinético Ramsés estuvo inquieto durante las largas horas de viaje, y salió corriendo del autobús repleto en cada parada.
Jesús Nuñez de 25 años, viajaba a Quito, Ecuador. Jesús decidió irse de Venezuela para ayudar a su esposa, su hija de 3 años y su bebé de 10 meses. "En Venezuela conseguía para puro comer, nada más".
Jacob Rajoy de 40 años, viajaba a Santiago, Chile. "La situación me duele pero al mismo tiempo me motiva. No me voy con aspiración personal, sino con la responsabilidad de velar por la gente que amo".
Ezequiel González de 9 años, viajaba a Buenos Aires, Argentina. Ezequiel llevaba con orgullo un "cuatro", una pequeña guitarra venezolana de cuatro cuerdas, que su tía le dio antes de abandonar el país.
Adrián Naveda de 23 años, viajaba a Concón, Chile. Adrián había pensado en partir durante un tiempo y solo decidió irse cuando su amiga de la escuela, Alejandra Rodríguez, le dijo que también estaba emigrando. "Vendí mis dos motos para financiar el viaje".
Alejandra Rodríguez de 23 años, viajaba a Concón, Chile. Alejandra dijo que nunca había querido irse de Venezuela, especialmente no en un autobús. "Chile, en mi vida, nunca me ha pasado por la mente. Pero por la situación tuve que".
Roger Chirinos de 34 años, viajaba a Quito, Ecuador. "Es la decisión correcta pero nadie la quiere hacer", dijo Roger, cuya compañía de publicidad quebró luego de que manifestantes derribaran sus vallas publicitarias durante las protestas antigubernamentales del año pasado.
María Elena Sivira de 66 años, viajaba a Quito, Ecuador. La hija de María Elena, quien vive en Quito, financió su viaje a Ecuador. "La idea de nosotros es regresar algún día. Esto es temporal".
Carlos Rivero de 31 años, viajaba a Santiago, Chile. "Creo que nos tardamos mucho en salir", dijo Carlos, quien afirmó que es difícil dejar un trabajo estable y dejar a sus padres solos en Venezuela.
Karelys Betancourt de 25 años, viajaba a Santiago, Chile. Karelys, quien sueña con lanzar un negocio de golosinas, empacó moldes de caramelos en su maleta para el viaje a Santiago.
Franco Bastidas de 19 años, viajaba a Lima, Perú. "Dejo a mi mamá, mi papá, mis hermanos. De toda la familia soy el primero. Voy a ver si me puedo establecerme y luego mandarlos a buscar".
Yariannys Vergara de 26 años, viajaba a Lima, Perú. Yariannys se uniría a su esposo en Lima, pero decidió dejar a su hijo de dos años al cuidado de su madre mientras ella estable a su familia en Perú. "Yo le dije que nos veníamos pronto. Y me dice: '¿Me vas a buscar en avión?'".
Abrahan Bastidas de 26 años, viajaba a Santiago, Chile. Para Abrahan, la decisión de partir vino cuando su empleador, un hotel de Caracas, dijo que ya no podía darle el desayuno y la cena. De repente, todos sus ingresos iban hacia la comida. "Era imposible continuar así, siendo un profesional".
Wither López de 24 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. El padre de Wither instó a su hijo, que había estado vendiendo queso para ganarse la vida, a partir. "Como soy joven quiero irme para surgir", dijo Wither.
Ainereh Rojas de 28 años, viajaba a Buenos Aires, Argentina.
Madelein Rosal de 28 años, viajaba a Lima, Perú. Madelein decidió emigrar después de que los socialistas gobernantes ganaron las elecciones para gobernador en octubre, lo que dejó a la oposición sumida en la confusión. "Me voy con el corazón roto", dijo Madelein, quien confió a su hijo de ocho años al cuidado de su madre.
Natacha Rodríguez de 29 años, viajaba a Concón, Chile. A medida que las protestas de Venezuela perdían fuerza y el Gobierno se fortalecía, Natacha se sintió abatida y cada vez más decidida a irse. "Al final no veía ni las noticias porque estaba tan decepcionada".
David Vargas de 12 años, viajaba a Concón, Chile. Cuando se enteró de que la familia estaba emigrando, David se llenó de alegría, especialmente ante la idea de poder volver a comprar caramelos.
Marcelo Tamayo de 59 años, viajaba a Quito, Ecuador. "Si ahora Venezuela es invivible, imagínense en un año", dijo Marcelo, quien nació en Ecuador y emigró a Venezuela hace unos 50 años, en avión.
Alvaro Betancourt de 33 años, viajaba a Santiago, Chile. Alvaro tuvo dificultades para despedirse de su esposa y sus dos hijos. "Mi hijo me decía que no lo dejara", dijo Álvaro, a quien le gustaría que sus hijos lo acompañen en Chile y obtengan una mejor educación.
Julio César Parra de 34 años, viajaba a Lima, Perú. Julio Cesar y su esposa de 18 años vendieron sus anillos de bodas para financiar su viaje. Prometió compensarla comprándole "nuevos y mejores".
Mariangel Calzadilla de 20 años, viajaba a Quito, Ecuador. Mariangel decidió suspender sus estudios para ir a trabajar a Ecuador y ganar dinero. Esperaba regresar a Venezuela más tarde para seguir estudiando y comprar un apartamento.
Tony Alonzo de 26 años, viajaba a Santiago, Chile. "Vendí mi guitarra que tengo desde que tengo 16 años, vendí mi computadora, vendí mi cama", dijo Tony, quien solía omitir la cena en Venezuela para que su hermano de cinco años pudiera comer.
José Camejo de 38 años, viajaba a Quito, Ecuador. "Yo no me voy a morir de hambre aquí. Tienes que irte, ¿qué vas a hacer? Venezuela se está quedando sin profesionales", dijo José.
Federico Urquiola de 27 años, viajaba a Lima, Perú. Federico dijo que tuvo problemas para obtener contratos para su negocio de construcción y que a menudo le pagaban tarde por el trabajo, cuando el dinero ya se había depreciado. Esperaba que su esposa pudiera unirse a él en Perú este año.
Josué Torres de 28 años, viajaba a Lima, Perú. Josué se reuniría en Lima con sus amigos de la infancia de la comunidad de habitaciones pobres de Guatire. "Nos hemos puesto en contacto todos, tanto en Ecuador como en Perú y nos vamos recibiendo".
Arturo Cruz de 60 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. Arturo, quien nació en Ecuador, emigró a la entonces floreciente Venezuela hace 40 años. "Era un paraíso", dijo. Su hermano en Ecuador tuvo que ayudar a pagar su regreso a Guayaquil.
Génesis Corro de 27 años, viajaba a Guayaquil, Ecuador. Génesis dijo que su familia había sido obligada a comer alimentos baratos como sardinas y yuca durante meses. "Al niño (Josmer) es al que más reservamos la comida. Nosotros aguantamos de todo, pero ellos no entienden".
Maduro asegura que sus enemigos exageran la dimensión del éxodo.
La vecina Colombia ha recibido la mayor parte de los emigrantes venezolanos, aunque Argentina, Chile y Perú también han registrado una gran afluencia.  
En contraste con los refugiados que huyen de Siria, Myanmar y el norte de África, quienes se han encontrado con la violencia y la resistencia, los venezolanos se mueven fácilmente a través de las fronteras terrestres con visas de turistas.
Pero las tensiones están aumentando a medida que el creciente número de migrantes presiona los recursos de los países en desarrollo de la región, que tienen sus propios problemas con la pobreza y la delincuencia.  
Carmen Larrea tiene un asiento de primera fila en el éxodo. Es la dueña de Rutas de América, una pequeña firma de autobuses con sede en Caracas, fundada hace casi 50 años para transportar a peruanos y ecuatorianos a Venezuela en busca de trabajo.
A los 75 años, Larrea ha vivido lo suficiente para ver un giro completo de las cosas. Ahora sobrevive de los venezolanos que salen del país.
La terminal de Larrea tiene a docenas de personas haciendo cola diariamente para comprar boletos. Muchos deben regresar varias veces para pagar en cuotas los billetes. Los límites diarios de retiro en las tarjetas de débito ya no logran seguir el ritmo de los precios. Los lectores de tarjetas suelen fallar.  
La demanda de boletos para viajar al exterior se ha casi duplicado en los últimos seis meses, dijo Larrea. Alrededor de 800 venezolanos salen cada mes del país tan solo en los pocos autobuses de su compañía.
Pero los altos precios de las piezas de repuesto y la caída del bolívar han mermado sus ganancias, dijo Larrea. Y aunque los autobuses Rutas de América salen de Caracas repletos de gente, a menudo regresan vacíos, lo que no favorece su negocio.
“Estamos luchando con la corriente en contra”, dijo.
 
Izquierda: Karelys Betancourt, centro, mira a los hombres que empujan una carretilla cargada con el equipaje de otros pasajeros del autobús en una parada en San Antonio del Táchira, Venezuela. La joven de 25 años, que sueña con lanzar un negocio de dulces, empacó moldes de caramelos en su maleta para el viaje. Centro: Un autobús de Rutas de América, el segundo desde la derecha, se abastece en una estación de servicio en Tocuyito, Venezuela. Derecha: Wilder Pérez se cubre los ojos por el sol mientras conduce un autobús de Rutas de América en Valencia, Venezuela. La empresa de transporte alguna vez llevó a peruanos y ecuatorianos a Venezuela en busca de trabajo. Ahora traslada a venezolanos en la dirección opuesta.
NO SE HABLA MAL DE CHÁVEZ
Al amanecer, el autobús llegó a San Antonio del Táchira, un pueblo venezolano colmado de basura cerca de la frontera con Colombia. La frontera es un salvavidas para los venezolanos desesperados: cruzan a diario para vender productos como licor, cobre, incluso su propio cabello, a menudo ganando más dinero en un día en Colombia que en un mes en su país.
Maduro ha aumentado la seguridad en la frontera en un intento por frenar el contrabando. Los pasajeros del autobús fueron forzados a descender y pasar por media docena de puestos de control a pie, luchando por transportar maletas, mochilas, mantas, comida y botellas de agua bajo el ardiente sol.
Caminando hacia el estrecho Puente Internacional Simón Bolívar, que une a Venezuela con Colombia, pasaron bajo un gran letrero del gobierno que decía: “No se habla mal de Chávez”.  
El cruce tardó cinco horas, en parte porque las computadoras de la oficina de migración venezolana colapsaron. La aprensión de los viajeros creció cuando los soldados venezolanos, conocidos por extorsionar a los que cruzan, registraron sus maletas varias veces.
El pasajero Chirinos, el publicista, llevaba 200 dólares en moneda estadounidense, una valiosa protección contra la inflación. Un soldado de la Guardia Nacional exigió la mitad para dejarlo pasar con una vieja consola de videojuegos de Playstation considerada como contrabando. Chirinos entregó un billete de 20 dólares para zanjar la situación.  
“Nuestra propia gente nos roba”, dijo Chirinos más tarde, relatando la humillación. Las Fuerzas Armadas no respondieron a una solicitud de comentarios.
 
Adrián Naveda, izquierda, mira a su celular mientras viaja en el autobús. El joven de 23 años estuvo pensando por un tiempo si dejar Venezuela, y sólo se decidió a emigrar cuando su amiga de la escuela Alejandra Rodríguez le dijo que ella también iba a partir.
Hace solo unos años, Chirinos, de 34 años, pertenecía a la clase media. Boxeó en un gimnasio y derrochó en vacaciones, incluido un viaje a Río de Janeiro en 2014 con su esposa.
Pero a medida que la crisis empeoraba, incluso las pequeñas indulgencias, como boletos para el cine, quedaron fuera de su alcance. Chirinos redujo su propia ingesta de alimentos para asegurarse de que sus dos hijos tuvieran suficiente para comer. Comenzó a orar diariamente para que sus hijos nunca se enfermaran porque no había medicina para tratarlos.  
El golpe de gracia ocurrió durante las protestas del año pasado contra el Gobierno, cuando los manifestantes en las afueras de la capital derribaron las vallas publicitarias de su compañía para protegerse y usarlas como barricadas contra los soldados de la Guardia Nacional. La empresa que sus padres habían fundado en la década de 1970 estaba casi perdida.
   Varios pasajeros a su alrededor lloraron mientras escuchaban su historia. Chirinos, un hombre atlético con la cabeza rapada y perilla, se mantuvo con cara de piedra.
   “No tengo tiempo para rencores”, dijo. “Lo que siento es una tristeza tremenda”.
 
Izquierda: Alejandra Rodríguez espera que su pasaporte sea sellado por el personal de migración en Haquillas, Ecuador. En algunos cruces fronterizos, agentes con apariencia de estar aburridos sellan los documentos de los pasajeros y los hacen pasar, pero en la frontera chilena, las autoridades interrogaron a los venezolanos. Derecha: El pasajero Federico Urquiola, segundo desde la derecha, cambia dinero en Cúcuta, Colombia, donde fajos de devaluados billetes venezolanos vuelan de las máquinas contadoras.
HAY QUE SER FUERTE Y SEGUIR
Una vez cruzada la frontera en la bulliciosa ciudad colombiana de Cúcuta, los testigos de Jehová, los vendedores y los timadores de toda clase rodean a los abrumados emigrantes. Las calles de Cúcuta ya estaban llenas de venezolanos pobres, algunos dormían en parques y lavaban sus ropas en arroyos porque no tenían dinero para viajar más lejos.
   Los pasajeros del autobús compraron inmediatamente pesos colombianos en casas de cambio llenas de gente, donde fajos de inútiles billetes venezolanos salían volando de las máquinas contadoras de dinero.
El bolívar ha perdido alrededor de un 98 por ciento de su valor frente al dólar en el último año. O sea, el equivalente 100 dólares en moneda local de hace un año ahora solo vale 2.
Pesos en mano, los emigrantes abordaron un nuevo autobús Rutas de América que los esperaba en Cúcuta. El vehículo subió hacia las neblinosas montañas colombianas. Por la ventana, se divisaban agricultores en sus tradicionales ponchos andinos, cuidando sus rebaños.
Al cruzar la ciudad de Bucaramanga, el pasajero Adrián Naveda, que trabajaba en Caracas en una tienda de baterías de automóviles, se enteró por un mensaje de texto que su bisabuela había muerto. El joven de 23 años sintió el impulso de regresar. Pero sabía que el resto de su familia dependía de él para enviar dinero, una vez que llegara a Chile y encontrara empleo.
“Hay que ser fuerte y seguir”, dijo Naveda.
Las calles de Cúcuta ya estaban repletas de venezolanos pobres, algunos dormían en parques y lavaban sus ropas en arroyos porque no tenían dinero para viajar más lejos.

Puede que sea fácil para los venezolanos ingresar a otros países de América Latina con visas temporales de turistas, pero algunos batallan para conseguir empleo y permisos de trabajo. Los que no lo consiguen a menudo vuelven a la carretera para probar suerte en otro país. En Estados Unidos, los venezolanos ahora encabezan las solicitudes mensuales de asilo.
Otros se ven obligados a regresar a Venezuela, quebrados y angustiados. Maduro advirtió a los venezolanos que la vida en las sociedades “capitalistas” es dura.
“A los seis meses los veo de regreso aquí en Venezuela”, dijo el presidente en un reciente discurso televisado.
Mientras tanto, su gobierno se beneficia de las remesas de los emigrantes que están ayudando a apuntalar la economía de Venezuela y mantener a raya los disturbios en la nación de 30 millones de habitantes.
El Gobierno no divulga las cifras de remesas, pero el grupo de expertos del Diálogo Interamericano calculó que el año pasado llegaron a Venezuela unos 2.000 millones de dólares de ciudadanos que trabajan en el exterior.
Otros latinoamericanos han simpatizado con los venezolanos. Los chilenos, por ejemplo, señalan que Venezuela recibió a miles de sus compatriotas exiliados durante la dictadura de Augusto Pinochet en la década de 1970.
Pero la afluencia está avivando tensiones con algunos trabajadores que ven a los venezolanos como rivales. Los medios de comunicación cada vez publican más reportajes sobre venezolanos cometiendo crímenes.
En Brasil, los venezolanos ya viven en refugios en la fronteriza Boa Vista. En Colombia, el gobierno dice que ha atendido a más de 24.000 venezolanos por emergencias médicas.
Pero las autoridades colombianas expulsaron en enero a más de 200 venezolanos de un campo de atletismo en Cúcuta. Brasil y Colombia reforzaron sus fronteras en febrero, mientras lidiaban con la afluencia de venezolanos.  
A pesar de las dificultades para comenzar de nuevo, casi todos los venezolanos en el autobús aseguraron que planeaban ayudar a familiares a “sacarlos”, como la mayoría dice ahora.
 
Izquierda: Alejandra Rodríguez, que viajaba de Caracas a Chile, duerme en el autobús. La chica de 23 años dijo que nunca había querido dejar Venezuela, y menos en autobús. "Chile, en mi vida, nunca me ha pasado por la mente. Pero por la situación tuve que." Derecha: La vista desde un baño del autobús cerca de Antofagasta, Chile. Aunque los migrantes estaban asombrados por el paisaje que pasaba rápido por sus ventanas, sus mente estaban en la tierra que dejaron atrás.
¡ES UN NUEVO MUNDO!
El autobús continuó y se detuvo al tercer día de viaje en el departamento colombiano de Cauca para permitir que los venezolanos se ducharan y comieran. La semana previa, cientos de venezolanos se habían quedado varados varios días en esa misma región, donde manifestantes indígenas colombianos bloquearon la carretera para exigir mejores condiciones de vida al gobierno.
Milena Ramos, que trabaja en una tienda junto la carretera, recordó la impotencia de los venezolanos abandonados.  
“Algunos durmieron en el bus, otros en el piso. La gente de la zona les llevó comida y agua. Estaban graves”, dijo Ramos.
Calculó que cada día al menos ocho autobuses llenos de venezolanos se paran en ese punto de la ruta.
Justo antes de las 2 de la madrugada del cuarto día del viaje, el autobús llegó a la fría ciudad colombiana de Ipiales, cerca de la frontera ecuatoriana, a 2.898 metros de altura en los Andes. Los temblorosos venezolanos, casi todos sin abrigos, se formaron en la oscuridad para sellar sus pasaportes. Varios autobuses más se detuvieron, descargando a más compatriotas.
Mientras cruzaban hacia Ecuador, los venezolanos les dijeron a los agentes fronterizos que eran turistas. Los funcionarios, con rostro de aburridos, estamparon sus documentos y los hicieron pasar. Cualquiera que sea rechazado espera al siguiente turno de funcionarios para intentar cruzar, según dijeron vendedores ambulantes y gestores a Reuters.
A medida que el autobús avanzaba, los venezolanos expresaron asombro ante lo que veían desde sus ventanas: vacas gordas, semáforos funcionando, estantes de tiendas completamente surtidos, grandes campos de maíz y café. La gente, despreocupada, llevaba joyas de oro por las calles.  
“¡Es un mundo nuevo!”, exclamó Josmer Rivas, de 7 años. En su casa, el niño a veces faltaba a la escuela porque su familia no podía pagar unos pocos centavos de dólar por el transporte.
En la capital ecuatoriana, Quito, donde el publicista Chirinos desembarcó y se dirigió directamente a la casa de amigos venezolanos que lo iban a recibir, Josmer estaba tan emocionado de hallar un jabón en el baño que insistió en repartirlo entre todos.
Aun así, el estado de ánimo en el autobús a menudo era pesado, especialmente entre los padres que aprovechaban las paradas para llamar a sus niños que se habían quedado en casa. Algunos emigrantes tenían los tobillos hinchados o la espalda adolorida después de varios días en la carretera. Otros estaban cansados de comer pan blanco y otros alimentos básicos.
Para Rodríguez, la madre soltera, la comida caliente en las paradas de descanso era un lujo que derrochó por su hijo, David. Al principio, el niño estaba emocionado por el viaje, pensando que era una especie de vacación. Pero a medida que el viaje se prolongó, se cansó y vomitó una noche en las serpenteantes carreteras montañosas de Colombia. Se preguntó por qué no habían tomado un avión.
Aunque muchos padres venezolanos confían sus hijos a sus parientes y los mandan a buscar una vez que se establecen, Rodríguez dijo que no podía arriesgarse.
“¿Y si limitan la salida de Venezuela, o la entrada a otros países, o todo se pone más costoso y no puedo sacarlo? No iba a estar tranquila si me iba y lo dejaba”, confesó.
Cuando a última hora de la tarde el autobús llegó a Guayaquil, la última parada en la línea Rutas de América, el pequeño Josmer Rivas saltó a los brazos de su emocionado padre, que había emigrado a Ecuador cuatro meses antes.  
El cuarteto de Rodríguez y algunos otros subieron a un autobús a la medianoche para continuar su viaje hacia el sur, a Chile, algunos llevando latas de atún y galletas que les habían dado aquellos que ya habían desembarcado.
Una vez más, los autobuses estaban llenos en su mayoría de venezolanos, fácilmente reconocibles por sus abultadas bolsas y botellas de agua, aunque ahora se codeaban con algunos jóvenes mochileros llenos de mugre.


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